CRÍTICA DE SILENCIOS CANTADOS POR MIGUEL ÁNGEL SAN JUAN

Os dejamos la crítica del escritor Miguel Ángel San Juan sobre el espectáculo musical Silencios cantados.
El musical de María Villarroya
Hace unos días me decidí a visitar la Oficina de Objetos Perdidos de María Villarroya. ¿No lo sabíais? ¿No os habíais enterado de que esta mujer regentaba una Oficina de Objetos Perdidos?
Algunos creen que es cantante y compositora, actriz y escritora. Una catalana afincada en Madrid con buena voz y dotes para la interpretación. Algunos creen, en efecto, que María Villarroya es “solo” eso (como si todo eso fuera poco).
Pero cuando visitas su “oficina”, instalada en este caso en el precioso, añejo y perenne Teatro Lara de Madrid, descubres que María, a secas, es sobre todo mujer; es magia, es corazón; es un alma pura que pone las entrañas sobre las tablas del escenario cuando vive sobre él. “Porque lo he vivido, lo canto”.
Y eso hace: no interpreta, no discurre por el proscenio recitando. No. María Villarroya vive sobre el escenario y nos salpica de vida a todos los presentes, nos embriaga, nos emborracha de sentimientos, nos eriza el corazón y nos sacude los sueños para que los desempolvemos y dejemos de tenerlos olvidados en un rincón. Nos invita, en definitiva, a vivir con ella.
Lo logra con sus bellos ojos, con sus labios rojos, con su pelo recogido y su vestido ceñido, rojo también, rojo pasión. María Villarroya lleva en su pecho pentagramas llenos de preguntas rimadas desde que escribía en la buhardilla donde saboreó su infancia, antes de estudiar canto y de adentrarse en las profundidades del teatro musical en España; antes de desarrollar su carrera en Reino Unido y al otro lado del Atlántico; antes, también, de cabalgar a lomos de grandes espectáculos como “Drácula” o “El diluvio que viene”.
Y después… después se detuvo para dejar de mirar al mundo y mirarse a sí misma. Y bajo su vestido rojo, su firme moño, sus lindos ojos y sus labios carmín, se encontró con el que iba a ser el espectáculo musical de su propia vida, compuesto por silencios que parecían negarse a seguir siendo aplacados, y se animó a cantarlos, a cantárselos, a cantárnoslos a todos.
Silencios Cantados, estrenado en Madrid en 2016 y que ha recorrido Barcelona y Buenos Aires antes de regresar al Infanta Isabel y al Lara madrileños, fue un libro antes que un espectáculo musical, y sería un CD después. Silencios Cantados que emanan de su vientre y que ascienden por su portentosa garganta para deleite de todos.
Nunca un cúmulo de silencios me habían estimulado tanto, me habían mantenido alerta durante tanto tiempo y me habían hecho entender que en mi vida lo más importante siempre seré yo, pues soy el único que me acompañará hasta el final de ella. Y en cuanto al resto, a mis vivencias, mi amor, mi desamor, mi dolor, mi dicha, mi tropiezos, mis triunfos… en cuanto a todo lo que rodea mi vida, ser firme, coherente, persistente, decidido y, sobre todo, levantar siempre el mentón hacia el destino, con una sonrisa, ha de ser la actitud con la que comerse la vida.
Así nos instruye María, así nos muestra el camino, con una sonrisa, con una flor, con una copa de vino, con suaves notas al piano, bailando con ella misma, con una silla, con el viento… Así, plena, pletórica, a ratos con rabia, con ira, con fuerza; a ratos con calma, serena y discreta. A cada momento saboreando un sentimiento; a cada instante una nueva mujer, pero en esencia ella, siempre ella. María.
“¿Quién soy yo?”, se pregunta Villarrolla. “Una mujer, como cualquier otra”, se responde a sí misma. Y yo, que a penas la conozco, que la descubrí en el micrófono de al lado cuando nos entrevistaron juntos en un programa de radio, aquel día en que despertó mi alma por primera vez al cantar en directo a escasos centímetros de mí, me permito, con su permiso y dándole infinitas gracias, responderle también:
Pese a lo que ella diga, María Villarroya no es una mujer como como cualquier otra, no es una persona como cualquier otra. Es un espíritu luminoso, una figura deslumbrante que cuando se acerca a ti, te mira, te sonríe y te abraza (con ese “abrazón” que da ella siempre, corazón con corazón), te eleva unos centímetros del suelo y, de pronto, ya no hay rutina, ya no hay silencio, ya no hay miedo. La mano de María es, como su garganta y sus ojos, una fuente en el desierto.
María, después de conocerte, quiero que sepas que encontré lo que buscaba en tu oficina y que estoy mejor. Sí. “Estoy mujer”.
MIGUEL ÁNGEL SAN JUAN
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