Reseña de SILENCIOS CANTADOS, por Susana Cañil
Es domingo y en Madrid el frío se nos ha echado encima sin permiso, después de un otoño camuflado de estío que yo quisiera eterno. El día invita a sofá, manta, un buen libro o una película pero el destino, siempre travieso, me reserva otros planes para esta tarde de noviembre.
Me sacudo la pereza y decido acompañar a varios amigos a ver un espectáculo del que sé lo justo. No he mirado críticas ni he solicitado opiniones; nunca lo hago. No me gusta llegar contaminada de comentarios camuflados en forma de elogios o de ataques, que fluctúan según el interés. Tampoco leo a los especialistas en la materia, que diseccionan el espectáculo con escalpelo y terminan por convertir su lectura en una autopsia preñada de tecnicismos que ni comprendo ni quiero comprender.
Yo sólo entiendo de lo que me araña el alma y con eso me es suficiente. Silencios Cantados, que así se llama la obra escrita y representada por María Villarroya, lo hace con creces. Y ahora, os cuento las razones.
El teatro Réplika se convierte en el epicentro escénico de este tsunami emocional que no deja indiferente ni aunque quisieras. Un espacio con aforo para unas 160 personas, íntimo, acogedor, igual que el salón de tu casa pero desprovisto de cualquier ornamento que desvíe la atención de lo que realmente importa.
Deja tu comentario